“Only when the last tree has died and the last
river been poisoned and the last fish been caught will we realise we cannot eat
money” (Proverbio de los indios Cree)
(“Sólo
cuando haya muerto el ultimo árbol, el último río haya sido contaminado y el
último pez haya sido pescado, nos daremos cuenta que el dinero no se puede
comer”)
El cambio
climático es, probablemente, el mayor reto ante el que tengamos que
enfrentarnos como civilización. A estas alturas, quién más quién menos es
consciente de en qué consiste este fenómeno y las principales repercusiones que
puede traer. Su principal causa son las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI), en su gran mayoría derivadas de la actividad humana, y las
consecuencias que puede traernos incluyen desde la aparición o aceleración de
cambios ecosistémicos (desertización, aceleración del ciclo hidrológico y consecuentes
fenómenos meteorológicos catastróficos,…) al aumento del nivel del mar debido
al deshielo.
El cambio
climático es, por lo tanto, un problema
complejo debido a que, a pesar de que sus causas son focalizadas en una serie
de países muy acotados; sus consecuencias son de alcance global y magnitud
incalculable.
El Fracaso de las medidas o "La economía por delante"
Abordar este
problema es, por lo tanto, la mayor prioridad que se nos plantea, de ello
depende el futuro de los recursos de los que disponemos y la habitabilidad de
los ecosistemas; y requiere de una acción decidida por parte de los países
industrializados que somos, en gran parte, los causantes del problema.
En este sentido,
se vienen realizando anualmente las Convenciones Marco de las Naciones Unidas
sobre el Cambio Climático, en las que se intenta adoptar una política común de acción para abordar
el problema. El fracaso de estas cumbres es evidente año tras año, a pesar de
ser algo en lo que debería ponerse el cuello a nivel diplomático.
La principal
causa de los sucesivos fracasos en la negociación de una política común contra
el cambio climático es que las partes negociadoras anteponen el interés
particular al bien común, haciendo imposible un acuerdo al no haber disposición
a la adopción de políticas comunes a la vez que justas. En resumen, los países
buscan la maximización de su beneficio político-económico particular, aun
siendo éste a costa del beneficio común.
Por parte de los
países industrializados, se priorizan el crecimiento y desarrollo económico y
monetario. Muestras de ello las podemos encontrar en cualquier nación, de las
que no es una excepción España. Hace un mes, nuestro ministro de Medio Ambiente
(entre otras muchas carteras), declaraba que “Sólo si la política medioambiental es
viable económicamente puede mantenerse a largo plazo. Lo contrario es engañarse”. La realidad es que la contaminación es
un elemento externo al sistema económico y por lo tanto se trata como un efecto
colateral del desarrollo de los países.
El único intento
por integrar las emisiones de CO2 (que sólo son una de las externalidades
causantes del cambio climático, entre otras) al sistema económico es el
conocido protocolo de Kyoto, que no entró en vigor hasta 2004 cuando
Rusia lo ratificó, y que expira este año 2012. La realidad es que Kyoto ha sido
un fracaso absoluto de la política internacional, pues es un tratado injusto
que no reparte equitativamente las emisiones de
CO2 entre los países (lo
hace por criterios históricos, a quién más contaminaba se le regalaron más
derechos de emisión) y por lo tanto ha
significado una barrera que ha perpetuado, sino aumentado, la injusticia
ambiental existente.
Kyoto es, además,
el “cambiar las cosas para que sigan igual”. Al ser una internalización
económica de las emisiones de CO2, se consigue que quién tiene recursos
económicos para pagar por dichas emisiones puede permitirse ese “lujo”,
mientras que quien no dispone de dichos recursos está condenado a ser
“respetuoso” con el medio ambiente. Es importante también mencionar otro error
de concepto, y que no se contabiliza como emisiones de CO2 la
desforestación, uno de los
más importantes aceleradores del cambio climático (a nivel de cantidad de CO2
en la atmósfera, es lo mismo emitirlo que destruir su principal fuente de
absorción, los bosques). Dicho error de concepto es muy grave, pues se
establece qué es contaminación y qué no forma arbitraria, favoreciendo
(intencionadamente o no) ciertas prácticas sobre otras.
La cumbre por el
cambio climático realizada en Durban en Diciembre de 2012 nació con la voluntad de alcanzar un
nuevo acuerdo mundial y murió llegándose solamente a un acuerdo para crear un
acuerdo en un futuro. Es decir, huida hacia adelante y posponer un acuerdo que
es imprescindible a la vez que urgente.
Y mientras tanto,
perpetuamos y exportamos al resto del mundo nuestro modelo social basado en el
consumo intensivo de recursos y su consecuente generación de residuos y
contaminación. Basado en la externalización de costes sociales y
medioambientales que hacen económicamente viables procesos que en realidad son
un atentado a la dignidad humana y a los ecosistemas en los que convivimos.
Basado en el transporte y la movilidad a elevadas velocidades que requieren de
más y más consumo energético (en particular de petróleo) para perpetuarse.
Hacia una nueva conciencia social
Pero, ¿como
podemos pretender reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sin
cuestionar un modelo económico que propugna el crecimiento perpetuo a cualquier
costa?
Resulta un
auténtico reto tecnológico aumentar la producción y consumo de bienes a la vez
que se reducen las externalidades derivadas de ese proceso. El aumento en la
eficiencia de los procesos tarde o temprano se verá contrarrestado por el
incremento en el consumo al que se nos aboca des del sistema económico.
La naturaleza es,
pero, tozuda, y la realidad es que si no afrontamos el problema de forma
voluntaria, vamos a tener que hacerlo de forma obligada, pues la máquina
capitalista nos lleva de cabeza al abismo medioambiental, y lo hace con el
acelerador pisado en aras de la competitividad económica.
Es por lo tanto
de una importancia capital poner en primera línea de la agenda política la
adopción de medidas justas, equitativas y, sobretodo, efectivas para abordar el
problema del cambio climático. Pero para que este cambio de perspectiva ocurra
es necesario que popularmente se exija este cambio de tendencia, que se trabaje
con las (pocas) herramientas a nuestro alcance para que se produzca dicha
transición desde una política de confrontación en temas “menores” a una
política que tenga en el centro de su objetivo las medidas para atacar la
incipiente crisis energética y medioambiental en la que nos ha metido el modelo
capitalista.
¿Por qué seguimos
votando partidos políticos cuyos principales objetivos son la lucha
nacionalista, racista o religiosa en vez de partidos políticos que quieran
actuar y actúen contra un problema mucho mayor y que nos afecta a todos por
igual?
¿Por qué seguimos
participando del problema en vez de actuar para solucionarlo? Comprar productos
de proximidad, no coger el coche siempre que la alternativa en transporte
público sea competitiva, intentar alargar la vida de los productos, pueden
parecer medidas menores pero adoptadas colectivamente pueden tener mucho poder.
Porque, por ejemplo, si nadie comprara verduras fuera de temporada, ¿le podría
salir a cuenta a alguien traerlas desde la otra mitad del mundo?
El modelo social
en el que participamos nos aliena de la naturaleza, y eso hace más difícil
tomar consciencia de la magnitud del problema. Pero como seres vivos habitantes
de la Tierra, necesitamos de ella para nuestra supervivencia y bienestar. No
podemos, como venimos haciendo, anteponer nuestro interés particular al interés
común, pues en el caso del cambio climático la injusticia que estamos generando
es intergeneracional.
Nos estamos
jugando entregar a las generaciones venideras una fuente de recursos devastada
y un ecosistema al borde del colapso, comprometiendo de forma crítica su
capacidad para desarrollarse plenamente como seres humanos.
“Old appeals to
racial, sexual and religious chauvinism, to rabid nationalism fervor, are
beginning not to work. A new consciousness is developing which sees the earth
as a single organism, and recognizes that an organism at war with itself is
doomed” (Carl Sagan)
(“las
viejas apelaciones al chovinismo racial, sexual o religioso, al rabioso fervor
nacionalista están empezando a no funcionar. Una nueva consciencia se está
desarrollando, que ve la Tierra como un solo organismo y que reconoce que un
organismo en guerra consigo mismo está muerto”)
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