"La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas"
(Karl Marx)

miércoles, 21 de marzo de 2012

Una reforma laboral totalmente coherente (Andrés Villena)

Un artículo muy interesante que reflexiona sobre el cambio de paradigma que estamos viviendo en el empleo.
La sociedad del pleno empleo ya se ha convertido oficialmente en una utopía. Y la culpa es nuestra, por permitir que lo que prevalezca sea el beneficio empresarial al beneficio social.
La industrialización, y su mecanización asociada, así como la especialización en el trabajo nos quitan carga de trabajo, pero en lugar de repartir el restante trabajo existente entre todos para poder tener más tiempo libre (¿dónde estarán las 15h semanales de qué hablaba Keynes?), pretendemos que los "afortunados" con trabajo trabajen cuántas más horas mejor, para maximizar el beneficio del capital.

¿Cuándo dejamos de ser personas y pasamos a ser recursos humanos? Y, aún más importante, ¿cuándo dejaremos de ser números en la contabilidad de la empresa para volver a ser personas?


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Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/4934/una-reforma-laboral-totalmente-coherente/

Andrés Villena
Economista e investigador en Ciencias Sociales por la Universidad de Málaga

Que la nueva ley que regula las relaciones en el puesto de trabajo tiene sentido en el mundo actual es algo que salta a la vista si se analiza el contexto político, económico y social del momento en el que ha sido puesta en marcha: vivimos en una época en la que el empleo ya no es solo un objetivo inalcanzable para nuestras autoridades, sino que no es ni siquiera deseable: aunque se diga lo contrario, las prioridades económicas son bien distintas.

Estas últimas décadas han visto pasar muchos acontecimientos, pero sobre todo han presenciado lo que el sociólogo francés Alain Touraine ha denominado “el fin de la sociedad para sí misma”, la quiebra de un modelo económico que, en definitiva, necesitaba del ciudadano-empleado-consumidor para que el beneficio continuara maximizándose a buen ritmo. Por ello, el paro -no la inflación- pasó a ser el principal enemigo en Europa durante cerca de treinta años (1945-1975), con España, Portugal y Grecia -los tres países que peor están ahora en la zona euro, casualidades de la vida…- como sonadas excepciones.

La sociedad para sí, fundada bajo el denominado consenso keynesiano-fordista, tenía al trabajador como su centro: el ciudadano -normalmente un varón abastecedor de la familia- necesitaba un buen salario, no solo para seguir trabajando, sino también para mantener un poder adquisitivo que permitiera que las distintas empresas que satisfacían su deseo de compra continuaran vendiendo. El consumo aumentó y a ello contribuyó el hecho de que tanto los servicios públicos como la Seguridad Social ahorraran a las familias una serie de gastos que de otro modo hubieran sido los más importantes. El empleo creaba más empleo: más gente consumiendo y comprando suponía el nacimiento de nuevos productos y más personas dedicadas a prestar servicios de ocio, recreo, etc.

Las necesidades se multiplicaron milagrosamente, pero todo parecía marchar viento en popa. Una nota cultural para describir el punto de vista de aquella época: para el Estado, el delincuente no era precisamente un malhechor: se trataba de una persona desintegrada de una sociedad que debía rehabilitarle lo antes posible para que continuara adquiriendo productos. El Frank Capra de “Qué bello es vivir” se alzaba victorioso bastantes años después de su estreno.

Eran, como podemos ver, momentos de seguridad económica y materialismo -el primer coche, la televisión, etc.-,  que pocos años después los hippies contraculturales comenzaron a despreciar, víctimas de un optimismo antropológico que se quebró en el mayo de 1968: aquella especie de salto en el tiempo -un paso infinito hacia una sociedad de iguales, un cielo en la tierra…- no fue más que un simulacro de la realidad, un espejismo, un ensayo de revolución para una clase media que pronto comenzó a ver que el futuro se parecía cada vez más a un pasado que no habían conocido siquiera. El esquema del pleno empleo comenzó a resquebrajarse cuando el precio del petróleo, la inflación generalizada y las oscilaciones monetarias amenazaron la supervivencia del capitalismo. El socialismo pareció momentáneamente posible: caían dictaduras fascistas, la URSS aparentaba cierta fuerza y no acusaba la crisis, los laboristas y socialistas franceses anunciaban un enorme plan de nacionalizaciones…

Sin embargo, en pocos años se produjo la revolución más silenciosa y exitosa que podamos recordar: los principales bancos centrales de los países avanzados multiplicaron los tipos de interés para combatir la inflación. La crisis de crédito estalló -el préstamo se puso muy caro- y comenzó a dejar en la calle a miles de personas. Los nuevos gobernantes en Occidente apoyaron planes de austeridad que estancaron la demanda, el consumo y el empleo; los sindicatos se quedaron desarmados; al mismo tiempo, los chinos declaraban sus “zonas de libre comercio”, fábricas sin derechos laborales a las que las multinacionales -apoyadas por los Estados- acudieron voraces en busca de la parte de la tarta que les había faltado durante décadas. Era la llegada de la era de la información, de los servicios y del empleo flexible. Eufemismos para evitar decir que ya no había vuelta atrás.

Los empleos se recuperaron, pero ya no volvieron a ser los mismos: trabajo a tiempo parcial, contratos temporales, economía sumergida… El sociólogo alemán Ulrich Beck -en un país obsesionado con mantener la inflación baja- ya alertó de la “brasileñización de Occidente” en 1998, cuando a nadie les sonaban los minijobs: Alemania había decidido combatir el paro aumentando la precariedad y la pobreza, cualquier cosa valía para no salir en la estadística. Solo quedaba una pregunta: ¿quién consume ahora? La brecha entre la renta disponible y el poder adquisitivo necesario para ser un triunfador se cubrió mediante crédito. Igual que anteriormente el sistema necesitaba del empleado-trabajador, ahora regaló al individuo una tarjeta VISA reluciente. La burbuja comenzó a inflarse y pronto necesitó de cemento para aparentar “el fin de los ciclos económicos”. Y preferimos no enterarnos.

Una década perdida de construcción financiada con crédito alemán -el mismo que pide ahora su parte de vuelta- nos ha dejado lejísimos de poder competir en algo que no sea precios baratos. Con un 23% de paro -más de un 30% en regiones-naciones como Andalucía, por ejemplo-, el trabajador ya no ejerce un derecho: tiene un privilegio. Hablar de mercado laboral ya de por sí es una aberración, pues supone aceptar el paradigma social actual: que la oferta y la demanda determinan que el precio del empleado es bajísimo, al existir millones que estarían encantados de ser tiranizados por mucho menos dinero.

De ahí que se puedan encadenar contratos sin apenas cobrar y que pasen años sin que el empleado bien formado adquiera derechos. Los sindicatos, en su peor crisis, parecen reaccionarios al reivindicar algo que hemos aprendido a deplorar: más que trabajo fijo, estamos locos por tener una fuente de ingresos, aunque sea en negro. Y con esto los empresarios, subvencionados y mimados como los portadores de la marca España, harán maravillas durante los próximos años. “Ahora sí que sí”, reza un folleto de un curso para que estos propietarios y ejecutivos aprovechen los progresos de la última gran reforma.

¿Cuándo frenarán? ¿Nos daremos cuenta de que una enferma de anorexia no consigue la belleza por ese camino? Lejos de Islandia, nos acercamos a la bulímica Grecia, que demuestra que los parches neoliberales solo están sirviendo para ganar tiempo: quien tiene que cobrar ha de hacerlo lo antes posible para pagar a unos terceros, que a su vez se apalancaron con unas hipotecas concedidas al primero que pasaba. La economía del endeudamiento, de la usura, es el modelo más insostenible de sociedad. Solo el miedo a la destrucción mutua asegurada -que nos declaremos todos en quiebra o, mejor, que nos descontemos las deudas- mantiene este sistema en un duerme-vela, en el que los medios de comunicación mienten diariamente, sabedores de tener una pistola detrás de la cabeza. Dan ganas de apagar la luz, la tele, lo que sea… y pasar a otra cosa. Al menos tendrían que enterarse de que por fin les hemos pillado la broma.

lunes, 12 de marzo de 2012

Política y Cambio Climático


“Only when the last tree has died and the last river been poisoned and the last fish been caught will we realise we cannot eat money” (Proverbio de los indios Cree)
(“Sólo cuando haya muerto el ultimo árbol, el último río haya sido contaminado y el último pez haya sido pescado, nos daremos cuenta que el dinero no se puede comer”)

El cambio climático es, probablemente, el mayor reto ante el que tengamos que enfrentarnos como civilización. A estas alturas, quién más quién menos es consciente de en qué consiste este fenómeno y las principales repercusiones que puede traer. Su principal causa son las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), en su gran mayoría derivadas de la actividad humana, y las consecuencias que puede traernos incluyen desde la aparición o aceleración de cambios ecosistémicos (desertización, aceleración del ciclo hidrológico y consecuentes fenómenos meteorológicos catastróficos,…) al aumento del nivel del mar debido al deshielo.
El cambio climático es, por lo tanto, un  problema complejo debido a que, a pesar de que sus causas son focalizadas en una serie de países muy acotados; sus consecuencias son de alcance global y magnitud incalculable.

El Fracaso de las medidas o "La economía por delante"

Abordar este problema es, por lo tanto, la mayor prioridad que se nos plantea, de ello depende el futuro de los recursos de los que disponemos y la habitabilidad de los ecosistemas; y requiere de una acción decidida por parte de los países industrializados que somos, en gran parte, los causantes del problema.
En este sentido, se vienen realizando anualmente las Convenciones Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en las que se intenta adoptar una política común de acción para abordar el problema. El fracaso de estas cumbres es evidente año tras año, a pesar de ser algo en lo que debería ponerse el cuello a nivel diplomático.

La principal causa de los sucesivos fracasos en la negociación de una política común contra el cambio climático es que las partes negociadoras anteponen el interés particular al bien común, haciendo imposible un acuerdo al no haber disposición a la adopción de políticas comunes a la vez que justas. En resumen, los países buscan la maximización de su beneficio político-económico particular, aun siendo éste a costa del beneficio común.
Por parte de los países industrializados, se priorizan el crecimiento y desarrollo económico y monetario. Muestras de ello las podemos encontrar en cualquier nación, de las que no es una excepción España. Hace un mes, nuestro ministro de Medio Ambiente (entre otras muchas carteras), declaraba que “Sólo si la política medioambiental es viable económicamente puede mantenerse a largo plazo. Lo contrario es engañarse”. La realidad es que la contaminación es un elemento externo al sistema económico y por lo tanto se trata como un efecto colateral del desarrollo de los países.

El único intento por integrar las emisiones de CO2 (que sólo son una de las externalidades causantes del cambio climático, entre otras) al sistema económico es el conocido protocolo de Kyoto, que no entró en vigor hasta 2004 cuando Rusia lo ratificó, y que expira este año 2012. La realidad es que Kyoto ha sido un fracaso absoluto de la política internacional, pues es un tratado injusto que no reparte equitativamente las emisiones de CO2 entre los países (lo hace por criterios históricos, a quién más contaminaba se le regalaron más derechos de emisión)  y por lo tanto ha significado una barrera que ha perpetuado, sino aumentado, la injusticia ambiental existente.
Kyoto es, además, el “cambiar las cosas para que sigan igual”. Al ser una internalización económica de las emisiones de CO2, se consigue que quién tiene recursos económicos para pagar por dichas emisiones puede permitirse ese “lujo”, mientras que quien no dispone de dichos recursos está condenado a ser “respetuoso” con el medio ambiente. Es importante también mencionar otro error de concepto, y que no se contabiliza como emisiones de CO2 la desforestación, uno de los más importantes aceleradores del cambio climático (a nivel de cantidad de CO2 en la atmósfera, es lo mismo emitirlo que destruir su principal fuente de absorción, los bosques). Dicho error de concepto es muy grave, pues se establece qué es contaminación y qué no forma arbitraria, favoreciendo (intencionadamente o no) ciertas prácticas sobre otras.

La cumbre por el cambio climático realizada en Durban en Diciembre de 2012 nació con la voluntad de alcanzar un nuevo acuerdo mundial y murió llegándose solamente a un acuerdo para crear un acuerdo en un futuro. Es decir, huida hacia adelante y posponer un acuerdo que es imprescindible a la vez que urgente.
Y mientras tanto, perpetuamos y exportamos al resto del mundo nuestro modelo social basado en el consumo intensivo de recursos y su consecuente generación de residuos y contaminación. Basado en la externalización de costes sociales y medioambientales que hacen económicamente viables procesos que en realidad son un atentado a la dignidad humana y a los ecosistemas en los que convivimos. Basado en el transporte y la movilidad a elevadas velocidades que requieren de más y más consumo energético (en particular de petróleo) para perpetuarse.

Hacia una nueva conciencia social

Pero, ¿como podemos pretender reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sin cuestionar un modelo económico que propugna el crecimiento perpetuo a cualquier costa?
Resulta un auténtico reto tecnológico aumentar la producción y consumo de bienes a la vez que se reducen las externalidades derivadas de ese proceso. El aumento en la eficiencia de los procesos tarde o temprano se verá contrarrestado por el incremento en el consumo al que se nos aboca des del sistema económico.

La naturaleza es, pero, tozuda, y la realidad es que si no afrontamos el problema de forma voluntaria, vamos a tener que hacerlo de forma obligada, pues la máquina capitalista nos lleva de cabeza al abismo medioambiental, y lo hace con el acelerador pisado en aras de la competitividad económica.

Es por lo tanto de una importancia capital poner en primera línea de la agenda política la adopción de medidas justas, equitativas y, sobretodo, efectivas para abordar el problema del cambio climático. Pero para que este cambio de perspectiva ocurra es necesario que popularmente se exija este cambio de tendencia, que se trabaje con las (pocas) herramientas a nuestro alcance para que se produzca dicha transición desde una política de confrontación en temas “menores” a una política que tenga en el centro de su objetivo las medidas para atacar la incipiente crisis energética y medioambiental en la que nos ha metido el modelo capitalista.
¿Por qué seguimos votando partidos políticos cuyos principales objetivos son la lucha nacionalista, racista o religiosa en vez de partidos políticos que quieran actuar y actúen contra un problema mucho mayor y que nos afecta a todos por igual?
¿Por qué seguimos participando del problema en vez de actuar para solucionarlo? Comprar productos de proximidad, no coger el coche siempre que la alternativa en transporte público sea competitiva, intentar alargar la vida de los productos, pueden parecer medidas menores pero adoptadas colectivamente pueden tener mucho poder. Porque, por ejemplo, si nadie comprara verduras fuera de temporada, ¿le podría salir a cuenta a alguien traerlas desde la otra mitad del mundo?

El modelo social en el que participamos nos aliena de la naturaleza, y eso hace más difícil tomar consciencia de la magnitud del problema. Pero como seres vivos habitantes de la Tierra, necesitamos de ella para nuestra supervivencia y bienestar. No podemos, como venimos haciendo, anteponer nuestro interés particular al interés común, pues en el caso del cambio climático la injusticia que estamos generando es intergeneracional.
Nos estamos jugando entregar a las generaciones venideras una fuente de recursos devastada y un ecosistema al borde del colapso, comprometiendo de forma crítica su capacidad para desarrollarse plenamente como seres humanos.

“Old appeals to racial, sexual and religious chauvinism, to rabid nationalism fervor, are beginning not to work. A new consciousness is developing which sees the earth as a single organism, and recognizes that an organism at war with itself is doomed” (Carl Sagan)
(“las viejas apelaciones al chovinismo racial, sexual o religioso, al rabioso fervor nacionalista están empezando a no funcionar. Una nueva consciencia se está desarrollando, que ve la Tierra como un solo organismo y que reconoce que un organismo en guerra consigo mismo está muerto”)